Entre dos mundos: ser pediatra y madre de tres niños autistas

Ser madre y pediatra me ha enseñado que el amor y la ciencia no están en orillas opuestas, sino que se complementan cuando se trata de comprender la vida en su forma más auténtica.

Fui madre después de haber recibido mi título de pediatra. Así que ya conocía muy bien las etapas del desarrollo de un niño neurotípico, los hitos esperados para cada edad y los signos de alarma. Sin embargo, nunca imaginé que ese conocimiento clínico se convertiría en la brújula que me guiaría como madre.

Cuando mi hijo mayor era aún muy pequeño (10 meses de edad), empecé a notar señales que me hacían pensar que algo en su desarrollo seguía un camino diferente. Observaba con atención cada gesto, cada mirada, cada silencio, y dentro de mí sentía una certeza: algo pasaba. Acudí a diferentes especialistas —neuropediatras, psiquiatras infantiles—, pero en ese momento muy pocos creían que pudiera tratarse de autismo. Aun así, perseveré. La intuición de madre y la mirada clínica se unieron, y juntas me ayudaron a abrir la puerta hacia un diagnóstico que explicaría mucho y transformaría nuestras vidas.

El recorrido no fue sencillo. En mi región hay pocos profesionales especializados en autismo, y eso hizo que el proceso fuera más largo, más solitario a veces. Pero
también más revelador: comprendí desde la vivencia lo que sienten tantas familias que buscan respuestas y acompañamiento. Esa experiencia marcó un antes y un después en mi práctica médica.

Tiempo después, junto a mi esposo —con fe, con esperanza y con el corazón lleno de amor— decidimos tener otro hijo, sabiendo que existía la posibilidad de que también estuviera dentro del espectro autista. Lo hablamos, lo oramos, y decidimos que el amor siempre vale más que el miedo. La sorpresa fue que no llegó uno, sino dos: gemelos monocoriales, idénticos.

Cuando nacieron, yo ya no era la misma. Había adquirido más conocimiento, cursado un máster en Trastorno del Espectro Autista y, sobre todo, tenía la experiencia que solo una madre puede tener. Detecté los signos a tiempo, busqué la ayuda necesaria y confirmé algo que hoy repito en cada charla, en cada encuentro con padres y colegas: el autismo no tiene una sola forma de manifestarse. Cada niño es un universo propio. Incluso mis gemelos, compartiendo el mismo ADN, expresan su autismo de manera distinta, con sus ritmos, sus intereses y su forma de conectarse con el mundo.

Hoy, además de ejercer la pediatría, acompaño a otras familias en su camino. Hago parte de una red local de apoyo que a su vez pertenece a la Red Colombiana del
Espectro Autista, y desde allí aporto mi granito de arena. Mi propósito es ayudar a que más padres y madres puedan orientar adecuadamente sus procesos, encontrar la guía que necesitan y descubrir que sí es posible construir una vida plena, adaptada, amorosa y esperanzadora junto a sus hijos.

Vivir el autismo desde estos dos mundos —el de la madre y el de la médica— me ha transformado. He aprendido que el diagnóstico no es un punto final, sino un punto de partida para crecer, amar y entender la diversidad humana en su forma más luminosa. Cada día mis hijos me enseñan que la vida tiene múltiples lenguajes, y que lo esencial no siempre se dice con palabras, sino con miradas, gestos y momentos compartidos.

Caminar junto a ellos es mi mayor privilegio y, sin duda, la más hermosa lección que la pediatría y la maternidad me han dado.

Carolina Sierra
Médico Pediatra
Montelíbano – Córdoba

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